El argumento -tan previsible como eficaz- que normalmente se vierte para explicar el irresistible ascenso de la derecha renovada es que su poder se debe menos a la instauración de una máquina demoledora de toda resistencia que, en primera instancia, a su capacidad para generar adhesiones y producir medios de subjetivación que hacen de la ND algo “más popular†que la izquierda. Por eso es mucho más conveniente hablar del ascenso de una nueva hegemonÃa, en términos de Gramsci (constelación de poderes y de ideas capaz de presentarse como interés general), e intentar comprender la quÃmica de este nuevo bloque de alianzas, que reutilizar los viejos clichés izquierdistas sobre la estulticia del pueblo, la alienación generalizada o un subrepticio fascismo de masas. La voluntad hegemónica se manifiesta fundamentalmente en relación y en contra de las derechas clásicas, por medio del desmarque de la extrema derecha de corte netamente fascista y de la democracia cristiana, a quienes acusa de ser, respectivamente, extremista o pusilánime.
Tres rasgos salientes son inmediatamente reconocibles en la ND:
En el orden de los discursos y en la tonalidad de las prácticas, la marcada agresividad de la ND. Una ofensiva que hace de la derecha moderada, democristiana, comprometida con el estado social de la década de 1960, un pálido fantasma de otro tiempo, que ciertamente todavÃa circula como el viejo papel moneda, pero que tiende a desaparecer en el mercado del mainstream. Contra ésta y sus representantes (por ejemplo en España, las lÃneas polÃticas de Gallardón, Arenas o Piqué han sido minorizadas tras el ascenso de los neoconservadores Acebes, Zaplana, Aguirre, etc.), la ND, en sus discursos y en sus propuestas, no sólo trata de quebrar el viejo juego de reglas polÃticas, sino que adopta sin ambages la imagen invertida de la revolución permanente. Escenifica una pieza teatral en la que su papel es el de la vieja fuerza ordenadora en un mundo inestable y amenazado, sometido a terrorismos de enorme ubicuidad y a fuerzas morales perversas (la reintroducción de categorÃas morales en polÃtica es quizá una de las principales innovaciones de las nuevas ideologÃas conservadoras).
El diagnóstico de la ND sólo puede recetar asà una permanente contrarrevolución que trate de restaurar un orden dañado y corrompido (el que se deduce de las crisis derivadas de la reestructuración capitalista de las últimas décadas), que naturalmente exige medidas tan drásticas como la guerra (contra el terrorismo, desde luego, pero también contra la delincuencia, la droga o cualquier elemento susceptible de convertirse en “enemigo internoâ€) y la autodefensa preventiva (que supone la ruptura de los viejos órdenes jurÃdicos garantistas y el advenimiento de la policÃa y las medidas de excepción como norma de gobierno). Contra el pensamiento postmoderno, la ND escenifica una puesta en escena de valores sustantivos, fuertemente morales, en sociedades erosionadas en parte (y ésta es la paradoja) por la propia polÃtica desarrollada bajo sus criterios (el neoliberalismo). La ND genera asà un curioso cÃrculo virtuoso de autolegitimación.
En el orden de las percepciones subjetivas (sobre las que se construyen los proyectos de hegemonÃa), la ND parece representar mejor los problemas de amplios sectores sociales que una izquierda cada vez más autocomplaciente. De hecho, el proyecto neoconservador se construye a partir de la fragilidad y derrota de los movimientos sociales, tanto los tradicionales ligados a la clase obrera como los nuevos protagonizados por minorÃas, ecologistas, feministas y el amplio elenco de comunidades y formas de vida emergentes de la vasta experimentación del 68 y la contracultura. La izquierda institucional que siguió a esta derrota (muchas veces orquestada con su absoluta complicidad), y que en muchos casos se hizo con el gobierno durante los años 80 y 90, ha utilizado la herencia del 68 como simple recurso ideológico de su propia legitimación.
Numerosos comentaristas y ensayistas repiten que las llamadas élites liberales viven en realidades paralelas, que sus discursos y sus prácticas atraviesan sólo de forma tangencial las preocupaciones y los intereses corrientes y, en general, que este cuerpo social minoritario se ha blindado en un estatuto privilegiado. Una lectura que parece congruente con los análisis que señalan el extremado corporativismo de las burocracias sindicales, la esclerotización del viejo sistema de partidos y la escasa permeabilidad de los medios de comunicación y de sus élites culturales a la emergencia de nuevos fenómenos sociales y polÃticos. En este contexto, la ND se puede presentar, como antes lo hiciera la izquierda, como adalid del hombre común, de sus expectativas y sobre todo de sus miedos, en un espacio (el viejo espacio de las clases medias y el Estado asistencial) que efectivamente se está desmoronando. Esto es lo que le otorga su carácter populista.
La ND opera en el contexto de la innovación comunicativa, de la revolución mediática y de la emergencia de nuevas formas de expresión. Su principal audacia consiste en haber entendido esa nueva realidad como oportunidad polÃtica, reinventando la publicÃstica como arma de propaganda. De nuevo, la ND aprovecha el contexto de crisis que dejó por un tiempo en la cuneta al proyecto conservador, esto es, la crisis de los sistemas de representación polÃtica tradicionales. En cierta medida, en un mundo altamente fragmentado y en el que los viejos grupos sociales y las instituciones que constituÃan la esfera pública han naufragado definitivamente, el universo mediático se apunta como la única esfera pública tangible, más aún que los sistemas de representación tradicionales: no en vano, en las manifestaciones convocadas por la ND en España no se jalea tanto al PP como a la COPE. La ND (aún en la era Internet y en la pluralidad de voces que se reconocen en ella) explota este universo como medio de comunicación directo con una sociedad que en buena medida carece de espacios autónomos de expresión. Y sobre esta ausencia descubren la comunicación como arte de la performance (en una lÃnea evolutiva de la vieja propaganda) y la retórica como herramienta de construcción de realidad.
Este modelo (radicalidad y moralismo, populismo y nueva inteligencia comunicativa) parece encajar bien en el caso de los neocons estadounidenses o del gobierno Berlusconi, paradigma del uso provechoso de los medios como herramienta de hegemonÃa polÃtica más allá de las mediaciones institucionales y de los mecanismos de representación. Pero, ¿es un modelo de explicación aplicable a algunas de las realidades polÃticas españolas? O, en otras palabras, ¿existe un campo de innovación de la derecha más allá de la imagen tradicional conservadora, españolista, católica, sociológicamente franquista, de la derecha española?
La respuesta, por paradójica que parezca, es que esta ND, como una especÃfica versión del “vodevil hispanoâ€, existe acá; y que la agresividad de la polÃtica de la última legislatura del gobierno Aznar, y sobre todo de los consensos (hasta los atentados del 11-M) que supo generar, ya muy alejados del centrismo de su primera legislatura, en cierto modo es inexplicable sin la incorporación de algunos de los elementos señalados antes.
Sin embargo, la punta de lanza de esta ofensiva se encuentra en la propia esfera comunicativa y no inmediatamente en el medio polÃtico convencional: en la emergencia de un conglomerado de medios de comunicación de gran audiencia, promovido por un grupo de periodistas y ensayistas. Este conjunto de periodistas y opinadores profesionales se sitúan a la vanguardia neoconservadora, por delante del PP. De hecho, en ocasiones es el partido quien es utilizado por la ND mediática (invirtiendo el paradigma de la manipulación informativa que la izquierda suele denunciar), aunque habitualmente se puede reconocer una relación simbiótica entre la derecha mediática y su representación partidista. El sector más reconocible, la versión hispana más agresiva si se quiere de la ND, podrÃa englobar a un buen número de sectores del periódico El Mundo, pero desde luego las experiencias más originales e interesantes deberÃan encontrarse en Libertad Digital, en Radio IntereconomÃa, en los programas de la COPE y en firmas como PÃo Moa, Jiménez Losantos, Gabriel Albiac, César Vidal, Alberto Recarte, etc.
Una evidencia, que sólo en apariencia es sorprendente y señala por sà sola la novedad de la ND, aunque sólo sea en términos sociológicos, es que la mayor parte de sus protagonistas declaran un manifiesto origen izquierdista. Son antiguos tripulantes de las experiencias polÃticas más extremas de la década de los 70: en este pull amplio de nombres, se reconocen muchos ex maoÃstas de lÃnea dura, ex leninistas que en los viejos tiempos ejercÃan un purismo insufrible y libertarios con antiguas posiciones provocadoras, además de un largo etcétera de otras apuestas radicales que llevaron a muchos a justificar el aventurismo armado o incluso a emprender en primera persona algunas de aquellas empresas, hoy tan decididamente “terroristasâ€.
Uno de los legados vivos de esta herencia es que su estilo de comunicación no es ajeno a algunas tradiciones izquierdistas. Aunque con una retórica exactamente opuesta a la de sus años de juventud, beben de la tradición publicÃstica de la extrema izquierda. En oposición al formalismo informativo de los medios serios, de la distinción entre opinión e información, reinventan el lenguaje periodÃstico, apuestan sin vergüenza por una comunicación que calcula sus efectos en términos polÃticos, que decidida y descaradamente quiere producir realidad. A propósito de cada punto central de la agenda del paÃs, despliegan una estrategia comunicativa que busca menos la “verdadâ€, con toda la parcialidad de la palabra, que aprovechar cualquier oportunidad de manera instrumental y populista para ampliar su influencia y generar una corriente de opinión favorable.
No practican un periodismo de información, y mucho menos de investigación, en el que la interpretación se funda a veces en una ardua acumulación de pruebas y datos. Tampoco buscan un escenario, por aparente que sea, de neutralidad del juicio, contraponiendo posiciones y argumentos. Su voz es declaradamente parcial, la acusación y la denuncia se utilizan como un arma que, a falta de pruebas, trata de producir sospecha sobre los discursos del enemigo. Retórica y simplificación son rasgos clave.
El uso de la soflama, del sarcasmo, la hipérbole permanente respecto a las amenazas, la exaltación en la expresión, la indignación moral, se vuelven moneda corriente en un esquema argumental a veces extremadamente sencillo y pobre, uno de los elementos esenciales de su éxito. Esta actividad comunicativa se comprende mejor en relación con algunos acontecimientos concretos. Por ejemplo, el 11-M, reinterpretado como una suerte de golpe de Estado, es un campo de juego perfecto, en el que se recurre a toda clase de connivencias imposibles y de interpretaciones conspiranoicas. La derecha populista es capaz de afirmar, indistintamente, que la autorÃa está relacionada con ETA, con la masonerÃa de influencia francesa, con los servicios secretos de Marruecos, con los mandos de la policÃa y la Guardia Civil, con redes del narcotráfico a pequeña escala… ¡e incluso con la conjunción diabólica de todos ellos! “Buscar la verdad†es el lema, pero lo único realmente importante es desgastar la imagen del PSOE y sugerir que éste llegó al poder de manera ilegÃtima.
El origen izquierdista de los actores principales de la ND y su actual trayectoria reflejan el tránsito de toda una generación inmersa en los procesos de lucha y politización durante los años 70, que se impregna sucesivamente de la atmósfera de “desencanto†durante los años 80 y más tarde del resentimiento producido por los largos años de gobierno aplastante del PSOE . La destrucción canÃbal de la extrema izquierda tras las elecciones del 79, la extrema torpeza del PCE y la fragilidad del desarrollo de IU y, sobre todo, la prepotencia del “socialismo en el gobierno†dieron al traste con la posibilidad de cualquier continuidad polÃtica de la experiencia de los años 70.
La propia composición del “bloque hegemónico†durante el gobierno socialista confirma en términos de prestigio y posición económica el vacÃo polÃtico de una parte de la generación que lucha en los 70. En efecto, la expansión de los cargos públicos en el Estado de las autonomÃas, la consolidación de una élite cultural (esencialmente, en torno a la industria cultural, la expansión de los mass media y la creación de la red de instituciones culturales públicas) y la promoción de pequeños y medianos empresarios a la categorÃa de proveedores y clientes del Estado (especialmente en la construcción y en el sector financiero) dejaron a un sector no despreciable de ambiciosos “escaladores sociales†y de “intelectuales con pretensiones†en la cuneta de aquellos años “doradosâ€. Un sector de gente que, por juventud, falta de agilidad a la hora de aprovechar el ascenso institucional del PSOE u honestidad, con carreras vocacionales de escaso rendimiento, en términos de capital simbólico o económico, se quedaron “sin premio†y al margen del clima de optimismo, muchas veces chabacano, de lo que se conoció como los años del “pelotazoâ€. En ese sector de gente se encuentran muchos de los adalides de la ND y buena parte de su público.
En otras palabras, y aquà se encuentra la clave de la ampliación de su público o de su éxito social, las retóricas de la COPE , Albiac o IntereconomÃa explotan un determinado “régimen de las pasiones†caracterizado por el resentimiento hacia los “ganadores†de los años 80: por esa razón, el disparo apunta siempre a los lugares comunes del “progresismo†como herencia ideológica de la instauración democrática. Una tarea ciertamente sencilla y que presenta grandes probabilidades de éxito social, porque simplemente desvela la propia mezquindad de la constitución genética de la democracia española.
Igualmente, el ataque al lenguaje “polÃticamente correcto†defendido por la izquierda se convierte en una tarea de desenmascaramiento del cinismo que esconde. Por el contrario, el uso directo de argumentos homófobos, clasistas o racistas “deja de ocultar la realidadâ€, “llama a las cosas por su nombre†y expresa lisa y llanamente “lo que muchos piensan y no se atreven a decirâ€. La superioridad mediática de la ND frente a la cultura “progre†se basa en la sustancia de sus enunciados, por perversos que sean, frente a la retórica vacÃa y la carcasa liberal de las “clases medias progresistasâ€, que no alcanzan ni de lejos a hablar al corazón de los efectos sociales de la gran transformación capitalista de las últimas décadas (precarización generalizada de la vida, etc.).
En el terreno de los valores, se repite incansablemente la “fórmula mágica†de que la raÃz de todos los problemas sociales se encuentra en los valores permisivos y libertarios de la época licenciosa del 68: en materia educativa, la falta de disciplina y la acomodaticia pasividad social generan la crisis de la escuela; en lo relativo a la familia, la ausencia de valores fuertes, como el compromiso, multiplican los casos de hogares destrozados o “aberraciones†como el matrimonio gay , etc.
Pero es en la lucha contra los nacionalismos menores o “periféricos†donde la ND adquiere una mayor eficacia. Sin disimular un españolismo acérrimo, la crÃtica se dirige a negar la legitimidad de una situación polÃtica dominada por cierto foralismo de nuevo cuño. Implacables contra el etnicismo y las situaciones de privilegio económico y fiscal de las “naciones históricas†frente al resto del paÃs, desvelan toda una trama de clientelas polÃticas y económicas y la rancia atmósfera cultural promovida por los gobiernos autonómicos. La ampliación de las clientelas polÃticas, culturales y económicas en torno a las comunidades autónomas fue uno de los pilares constitutivos del “bloque hegemónico†tras la transición española. Paradójicamente, la ND se presenta asà como adalid de la España constitucional, rememorando incluso los viejos ideales republicanos de la igualdad ante la ley y de la igualdad de oportunidades de las personas y de las regiones, sin que tristemente nadie parezca oponerles argumentos más fuertes en términos de democracia y de construcción de singularidades lingüÃsticas y sociales que no se clausuren en realidades exclusivamente identitarias.
La audacia informativa de la ND no se especializa únicamente en los ataques a la izquierda “oficialâ€. Quizá una de sus mayores provocaciones consista en reformular la posición de la derecha en la historia del paÃs, reivindicando para sà una tradición democrática y liberal que “sólo se vio truncada por la fuerza de la necesidad y el irresuelto golpismo e insurreccionalismo de la izquierda†(que hoy se expresa en los “separatismosâ€, las “complicidades con el terrorismoâ€, la legitimación neoestalinista de Castro, Corea del Norte, Sadam, Chávez o Evo Morales -todos juntos, por supuesto, en el mismo paquete). De igual modo, este revisionismo histórico encuentra un campo de expansión inusitado, que aprovecha la propia debilidad de las interpretaciones al uso de las dos grandes bisagras del siglo: la Guerra Civil y la Transición a la democracia. La guerra y la imposición de la dictadura se presentan desde la ND como una respuesta necesaria al golpe “izquierdista†de la revolución del 34 y a la inestabilidad social y polÃtica impuesta por las organizaciones de izquierda. Básicamente, atacan la visión liberal republicana o la interpretación historiográfica animada durante la década de 1970 por el izquierdismo más oficial (próximo igualmente al PCE o al PSOE ), que considera el levantamiento como un golpe de estado contra un régimen legÃtimamente constituido, pero que ignora igualmente la riesgosa e imprudente polÃtica de los gobiernos republicanos (una república de “ordenâ€, que pronto consiguió la oposición de los movimientos libertarios pero que a un tiempo abrió todos los frentes sociales: el laicismo, la reforma del ejercito, ciertas medidas antioligárquicas, etc.), el doble juego retórico del PSOE y la UGT (a caballo entre el apoyo a Primo de Rivera y el radicalismo revolucionario, siempre más retórico que real) y, en general, la estrecha identificación de su base social en las clases medias urbanas.
Respecto a la Transición, la ND defiende una lÃnea de continuidad con el franquismo más liberal y “aperturistaâ€, una evolución “natural†del fin del régimen. En cierta medida, se podrÃa decir que el revisionismo histórico de la ND, ciertamente de escasÃsimo calado cientÃfico, pero de enorme éxito social (las pequeñas novelas de PÃo Moa y César Vidal se venden por decenas de miles), se construye sobre una base histórica común a cierta izquierda: el olvido, compartido con las versiones “al uso†de la izquierda oficial, de la capacidad constituyente y democrática de los movimientos sociales, banalizados como “antifranquismo universitario†y relegados a un segundo plano ante el savoir faire de las élites polÃticas conscientes de la oportunidad de negociar. Algo que evidencia, por inconsciente que sea esta omisión, una voluntad de eludir un problema de fondo de la Transición y la democracia: el establecimiento del sistema de partidos pasaba inevitablemente por desactivar los procesos de autonomÃa y autoorganización que abrieron brechas en el régimen franquista y socializaron una cultura democrática en el sentido más lato del término.
Respecto a si existe un verdadero think tank de la ND española, se puede decir que no se ha traspasado todavÃa el nivel de la propaganda y la retórica, y que quizá éste no sea uno de sus objetivos. En el terreno teórico no se propone nada innovador: por ejemplo, un marco de reformas polÃticas que pudiese impulsar inesperadamente un nuevo imaginario polÃtico, un proceso de subjetivación inédito como el que en su tiempo representaron el fascismo o las corrientes de la derecha republicana del siglo XIX. Desde luego, la ND española carece de la audacia de los neocons americanos, con su proyecto de reordenación imperial del planeta. De hecho, sus afirmaciones programáticas defienden filiaciones que sólo de forma muy superficial se pueden considerar modernas. El liberalismo de todos (en un sentido que entronca con la tradición liberal doctrinaria española) y el catolicismo de alguno parecen ser elementos que quieren destacar una filiación genética con una tradición polÃtica liberal, formalmente democrática, que históricamente tiene expresiones puramente defensivas del statu quo (los largos años de la Restauración monárquica que siguieron a la I República). En este sentido, la reinvención de la tradición liberal que propugnan (véanse el “catolicismo liberal†de Losantos, la declaración de principios de la FAES [1]) se debe ver menos en términos sustantivos o programáticos que como recurso defensivo de lo que ha representado ese liberalismo doctrinario o moderado en la historia del paÃs: la defensa del statu quo social, el conservadurismo polÃtico y el reforzamiento del propio bloque hegemónico. Su mejor arma, como hemos explicado, es el populismo: el juego permanente y sistemático de detección y desmantelamiento de los “agujeros†del discurso izquierdista.
Sin demasiada vocación de videntes acerca del futuro de estas formas de expresión populistas, podrÃamos decir que es más que probable que este discurso haya tocado techo, que su “activismo†no consiga fomentar/redirigir el resentimiento de masas, e incluso que este experimento, que no deja de ser patéticamente primitivo (recursos a un casticismo y un españolismo inveterados, retóricas demasiado retorcidas y conspiranoicas, un sarcasmo fácil y poco inteligente), se agote en sà mismo como resultado de la pérdida de su “efecto de novedadâ€. Incluso puede ocurrir también que, en su afán por escorar lo más a la derecha posible la representación institucional de la derecha, la ND deje de ser funcional a su polo polÃtico, el Partido Popular, y éste se vea en la necesidad de construir una imagen de mayor seriedad y más centrista para gobernar. Pero más allá de su improbable éxito, lo que sin duda evidencia es el enorme vacÃo de la izquierda, el colapso de la imaginación polÃtica en la construcción de alternativa y oposición (incluso a nivel exclusivamente discursivo) y la irremediable crisis social de las instituciones de representación. En definitiva, se podrÃa decir que la ND ha impreso en un negativo el campo polÃtico posible para la construcción de una nueva autonomÃa social.
[1] “ Al servicio de España y de sus ciudadanos, FAES busca fortalecer los valores de la libertad, la democracia y el humanismo occidental. El propósito es crear, promover y difundir ideas basadas en la libertad polÃtica, intelectual y económica.â€